El 11 de febrero se celebra el día de la mujer y la niña en ciencia. A su alrededor, durante casi dos semanas, se organizan eventos por todo el territorio nacional. La figura femenina ha sido siempre denostada, especialmente (y de forma inexplicable) en el mundo científico. Pero la ciencia es una palabra femenina.

En 1911 tuvo lugar uno de los momentos más ilustres de la historia de la ciencia: se celebró el primer congreso de Solvay. Las fotos de estos encuentros, a día de hoy, todavía recorren la cultura. Probablemente, la imagen más característica sea la del quinto congreso. Las caras de Einstein, Planxk, Dirac, Schrödinger, Pauli, Heisenberg... decoran una estampa de mentes brillantes como jamás se han reunido.

Pronto, sin embargo, salta una incomodidad. Entre todos los próceres, solo Marie Curie es del género femenino. A principios del siglo XX, no muchas mujeres tenían el privilegio de codearse con la élite científica. Ni siquiera de estudiar una carrera de ciencias. Más de cien años después, en pleno siglo XXI, tampoco.

¿Qué es el techo de cristal?

Entre todos los próceres de los congresos de Solvay, solo Marie Curie es del género femenino.

Las imágenes de los congresos de Solvay son muy elocuentes. ¿Cómo puede ser? ¿Acaso no somos iguales? ¿La culpa es de la discriminación? ¿De la intolerancia? ¿De las circunstancias? Por desgracia, existen varios motivos por los que existe la desigualdad entre hombres y mujeres en ciencia.

Uno de los más claros es el que llamamos "techo de cristal". Con este nombre tan rimbombante, los estudios de género han bautizado a un inquietante fenómeno: la limitación que sufren las mujeres en su ascenso laboral. Se denomina de cristal porque las razones no son claras ni obvias.

Circunstancias como la posibilidad de tener hijos, el rechazo de la cúpula directiva, el interés personal, la infravaloración... causas veladas, barreras invisibles y trabas sociales que han impedido que exista una verdadera igualdad. Esto ha ocurrido en todos los campos profesionales. Especialmente en ciencia, el techo de cristal genera una desigualdad increíblemente dolorosa.

La expresión techo de cristal comenzó a usarse en 1986, hablando de mujeres con grandes capacidades cuyas carreras se vieron interrumpidas por este tipo de impedimentos poco claros. Con el tiempo, este término ha sido acuñado en los estudios de género para hablar de un fenómeno patente que impide el correcto desarrollo de la figura de la mujer en nuestra sociedad.

Una sombre de mujer

Bárbara McClintock, Margarita Salas, Beatriz González López-Valcárcel, María Antonia Blasco, Mildred Dresselhaus, Felisa Martín Bravo, Julia Claudia Mirza Rosca, María Victoria Marzol Jaén, María Luisa Garayzábal Medley... La cantidad de nombres que podríamos incluir aquí es enorme. Las mujeres hacen ciencia. La mujer es ciencia. La ciencia es femenina.

Sin figuras como Marie Curie, Jane Goodall, Hipatia de Alejandría, Emmy Noether, Lisa Meitner, Ada Lovelace, Rosalind Franklin, y un sinfín más, hoy día no podríamos disfrutar de los ordenadores que conocemos, de las terapias genéticas que estamos desarrollando, de componentes químicos, antenas de comunicación, avances matemáticos...

Las contribuciones imprescindibles a la ciencia por parte de las figuras femeninas no son discriminadas, sino, sencillamente, pasadas por alto.

Las contribuciones realizadas por científicas en la historia son tan vitales como las de cualquier científico hombre. Sin embargo, cuando pensamos en la ciencia la imagen general es la de un científico en bata, masculino; los rostros de Einstein y Newton o Tesla. Las contribuciones imprescindibles a la ciencia por parte de las figuras femeninas no son discriminadas, sino, sencillamente, pasadas por alto.

Esto es parte de la problemática. Las pioneras, las investigadoras, las científicas que han hecho de las disciplinas científicas algo más grande son innumerables. Es más, su contribución es aún más loable debido a esas barreras de las que hablábamos. Barreras que no se ven, pero que todas las mujeres han tenido que superar para poder optar por un lugar igual en el mundo de la ciencia.

 

Por un mundo mejor

Por suerte, a día de hoy sabemos que el problema existe. Las instituciones, los laboratorios, las personas, luchamos para reducir esta desigualdad. Trabajamos para entender y reconocer el papel femenino en la ciencia. Inspiramos vocaciones, reconocemos el trabajo, denunciamos los abusos.

A día de hoy, proyectos como "Mujeres Científicas Canarias" o el Editatón de Científicas Canarias brillan e invitan a crear nuevos proyectos. Asociaciones como INVEPA o movimientos como el 11 de febrero florecen.

Durante estos días no recordamos los estragos a los que se ha sometido a la figura femenina durante mucho tiempo, sino que celebramos que ha llegado el fin de ese tiempo.

A día de hoy, entendemos que la figura de la niña y la mujer en ciencia es mucho más importante de lo que a veces recuerda la historia. Como demostración, desde el 1 al 15 de febrero se celebra por todo el territorio español una gran fiesta. Un evento que acoge más de 2.200 actividades, con más de 130.000 asistentes; más de 900 personas de la comunidad científica, en su mayoría mujeres investigadoras, impartirán 1900 charlas y talleres que llegarán a más de 100.000 estudiantes en 800 centros educativos.

Durante estos días no recordamos los estragos a los que se ha sometido a la figura femenina durante mucho tiempo, sino que celebramos que ha llegado el fin de ese tiempo. Celebramos y recordamos que la mujer es una parte íntima y esencial de todo lo que llamamos ciencia. Estos días animamos a que surjan nuevas pioneras y aclamamos cada uno de los nombres de las científicas que estuvieron, que están y que estarán formando parte de la historia para siempre.

 

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 11 de Febrero 2019

 
 
 
 

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