Los océanos cubren el 70% de la superficie terrestre, inundando la mayor parte del espacio de nuestro pequeño planeta. De él provino la vida y en él sigue la mayor cantidad de biomasa que existe.

Imagen: Pescado. Fuente:  Pixabay 
 
Pero además de todo eso, el mar es una fuente indispensable de recursos. Indispensable, que no siempre inagotable. La sobreexplotación y las prácticas poco éticas han conseguido esquilmar algunas de las fuentes más productivas de peces y mariscos. A día de hoy muchos de los pescados que vemos en nuestro plato ni siquiera son pescados en el sentido tradicional de la palabra.
 

La contaminación y el cambio climático están ayudando a que este efecto sea aún más grave

Piscifactorías, la solución a un mar sobreexplotado
La gran mayoría de especies comerciales, las que nos interesan para consumo, están en una fuerte situación de sobreexplotación. A medida que crecía la demanda mundial de peces, la alarma se extendía por todo el globo: los grandes caladeros contaban con cada vez menos pescados en sus aguas. La contaminación y el cambio climático están ayudando a que este efecto sea aún más grave. Por eso, desde hace unos cincuenta años comenzó a verse un incremento espectacular de la acuicultura. Las piscifactorías pueden ser de muchos tipos, divididas entre cría y engorde, y su función es la de poder criar peces de la manera más natural posible.
 
 
A pesar de la extendida controversia con respecto a la existencia de algunas piscifactorías, su existencia ha permitido un hecho fundamental: que llegue el pescado a todas partes. De hecho, actualmente, la mayoría del pescado que consumimos fresco proviene, precisamente, de piscifactoría. A pesar de lo común de muchas de las especies, la pesca supone en ocasiones un problema serio para el medio ambiente: impacto por pesca de arrastre, muerte de especies anejas a las que se quería pescar, problemas ambientales derivados del uso de los pesqueros... en definitiva, en ocasiones, aunque no siempre, la pesca produce un daño al medio ambiente que nos cuesta percibir por encontrarse debajo de las aguas.
 
Piscifactoría. Fuente: Wikimedia
 
Las piscifactorías, además de evitar dicho impacto, permiten criar peces de manera controlada, generando un pescado listo para consumir. Dicho pescado, además de evitar todo lo anterior, pasa unos estrictos controles de calidad y sanidad ya que se puede hacer un seguimiento desde el primer momento. La producción es relativamente sencilla, por lo que se reducen costes a la larga, abaratando el pescado o permitiendo el consumo de especies que sería imposible de otra manera. También reduce las cuotas de pesca, ya que reduce la demanda de ciertas especies, por lo que las especies salvajes no tienen tanto interés para su consumo.
 
 
Dos caras de una moneda

Desde 1990, aproximadamente, la producción acuícola de piscifactoría supera ampliamente a la de la pesca tradicional.

Desde 1990, aproximadamente, la producción acuícola de piscifactoría supera ampliamente a la de la pesca tradicional. Desde entonces, la pesca de especímenes salvajes a nivel global se ha mantenido estable mientras que la producción acuícola no ha hecho más que aumentar. Actualmente, dicha producción casi ha doblado a la de peces salvajes. Y esto es bueno. Pero como todo, las piscifactorías cargan con algunas críticas que no se pueden obviar. En primer lugar, como cualquier otra granja, las de peces producen un impacto a su alrededor. La materia orgánica procedente de la comida y los restos de los animales producen un cambio de nutrientes a su alrededor. Esto provoca una modificación del medio ambiente que puede ser más o menos grave. Dependiendo de la normativa local, las piscifactorías tratan de disponerse en lugares no utilizados para ningún otro tipo de explotación. También se evitan, obviamente, las zonas protegidas.
 
Pero esto no es siempre así. Y aunque lo sea, debido a la dinámica marina el impacto no siempre es evitable. Otra cuestión que ha preocupado desde el principio es el origen del pienso. Los peces que consumimos son en su mayoría carnívoros y comen pienso hecho a partir de los restos de otros peces. Eso ha derivado en la discusión de si hace falta más producción acuícola para alimentar las granjas que producción tienen las mismas. Actualmente esto depende de la propia piscifactoría. Pero los avances en biotecnología así como la mejora sustancial en materia de cría de peces han permitido mejorar los productos con los que se cuidan y alimentan a estos peces de granja sin que esto suponga un mayor impacto para la naturaleza. En definitiva, estamos alcanzando cada vez un punto más responsable y sostenible de producción acuícola asociado a las piscifactorías.
 
 
Los pescados en Canarias
Sorprendentemente, el consumo de pescado en las Islas Canarias es bastante bajo en comparación con otras regiones de España. Los últimos datos sitúan la media de consumo de pescado de Canarias en dieciocho kilogramos, ocho por detrás de la media nacional. Aunque resulta un dato curioso, teniendo en cuenta su situación geográfica, rodeada de mar, su consumo está por delante de las Islas Baleares. Pero otro dato significativo tiene mucho que ver con los pescados de piscifactoría. Efectivamente, la gran mayoría de peces consumidos provienen de granjas.
 
 
Barco de pesca en seco. Fuente: Pixabay.
 

Los últimos datos sitúan la media de consumo de pescado de Canarias en dieciocho kilogramos, ocho por detrás de la media nacional.

La producción piscícola en las islas es significativa, contando con importantes producciones de lubina, dorada y lenguado. Aun así, Canarias, por su peculiar gastronomía, consume peces como el cherne, la corvina, la salema, la sama o el bocinegro, algunos de los cuales no son excesivamente comunes en granja o, sencillamente, no se crían en ellas por lo que su origen es la pesca tradicional.
 
 
 
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